Antiguamente Lima era muy pequeña. Sus contornos solo
encerraban a aquello que conocemos como Lima Metropolitana.
En aquellos tiempos, los grandes cerros grises que rodeaban
aquella pequeña ciudad estaban despoblados: eran cerros vírgenes. En la antigüedad,
los incas consideraban que estos seres de polvo y tierra eran seres sagrados. Eran
venerados y temidos, creencia (o quizá certeza) que se fue olvidando con el pasar
del tiempo. Actualmente son solo vistos como terrenos desolados y habitables, fue
por ello que, con la migración del campo a la ciudad, los ciudadanos lo fueron
tomando como su propiedad e implantando sus viviendas. Trataron de domar y
apropiarse de los cerros.
En opinión de este narrador, lo sucesos que serán
posteriormente contados, son solo parte del imaginario popular, historias que
se contaron para evitar que la migración siga ocurriendo, pero que, a ciencia
cierta, no podría decir que es mentira o no, ya que, en mi infancia, tenía a vecinos
que lloraban a sus infantes fallecidos que el cerro se tragó.
Meses después de que los cerros fueron habitados, empezaron
a ocurrir desapariciones. Todas sucedieron en la tarde, entre la 1 y 3 p.m. Y
todos fueron niños. Las desapariciones iban en aumento, alarmando a la
población. Los vecinos coordinaron entre ellos, para hacer rondas vecinales y
vigilar a los niños en ese intervalo de tiempo. Fue en ese momento que se
percataron de lo que ocurría.
Hay quienes dicen que lo observado ese día, fue a todos los
niños de la zona caminar al unísono hacia la punta del cerro, otros aseguran
que no fueron todos, solo algunos pocos, pero todos coinciden con relatar que eran
niños, y más de uno, que con un caminar extraño, casi una marcha, se dirigían hacia
la punta del cerro. Cuando intentaron detenerlos, corrieron mientras gritaban
que el cerro los llama. La ronda vecinal fue a su encuentro, y a lo lejos
pudieron ver cómo una especie de boca se abría en el suelo y se tragaba a uno
de los niños. Los otros infantes, al vo9lver en sí, no recordaban lo sucedido,
solo recordaban un canto, una música con voz femenina que los llamaba. Los
vecinos escarbaron en el cerro, pero no encontraron cuerpo alguno.
Esa noche todos los vecinos saldrían a orar en el cerro. Por
consejo del cura, se empezó a poner cruces de madera bañados en agua bendita
por todo el cerro. Las desapariciones dejaron de ocurrir y con el pasar de los
años, dicha historia se fue dejando de contar y las cruces fueron
desapareciendo.