Este es un relato que entra en la categoría de mito urbano, de las que todos la oyeron por el amigo de un amigo, y que ocurrió en tantas versiones y con tantos detalles diferentes como nuestra imaginación pueda agregar o variar. Yo mismo recuerdo haber escuchado esta historia, en mis años de infante, de la boca de mi hermano mayor. Recuerdo su cara pálida, y sus ojos aterrados que me atrapaban para contarme como, los sucesos del relato presente, se hicieron realidad en una discoteca cerca de casa, la noche que él pensaba ir, pero que se ausentó por la “fortuna” de tener una madre sobreprotectora como la nuestra.
Eran los inicios del nuevo siglo.
Los tiempos cambiaban, y con él, la música. El reggaetón apareció como el nuevo
genero de moda, que se popularizó bastante rápido entre los nuevos jóvenes de
este nuevo siglo. Cantantes como Daddy Yanque, con “La gasolina”, o Don Omar,
con “El Señor de la Noche”, sonaban en todas partes y a todas horas.
Esta repentina novedad musical no tardaría en
generar críticas en su contra, en los que, entre los tantos existentes,
encontramos al sector religioso. Estos asegurarían que los cantantes de este
genero habrían hecho pacto con el Innombrable (Satanás, Diablo, Lucifer, o como
gusten llamarlo), y que este diabólico acto se podría comprobar en los mensajes
subliminales de cada canción, o los mensajes ocultos que se podían escuchar al
poner el disco al revés. Sus ataques iban a todo el género, pero se enfocaron
en el hit “El señor de la Noche”, el cual usaron como prueba irrefutable de la
veracidad de sus argumentos. Esta canción, y contexto, que me he tomado la
molestia de relatar, son, creo yo, importantes para comprender con, al menos,
una poca de profundidad, ciertos detalles que se dicen al contar lo sucedido.
Algunos dicen que fue un viernes,
otros un sábado, y otros aseguran que fue en los días de Semana Santa. No se
sabe, o creo que no. La única certeza es que era de noche, y que el lugar era
El Señor Botija, discoteca no muy grande ubicada en el distrito de San Juan de
Lurigancho, a la altura del paradero de Las Flores.
La noche avanzaba y la pista de
baile se llenaba cada vez más. Los personajes del lugar entonaban con el
ambiente nocturno. Las miradas eran obstruidas por el humo del cigarro y la
música ensordecedora ayudaba a que el único medio de comunicación sea el baile.
La mística dentro era la de una noche jovial más, llena de alcohol y
cigarrillos. Pero este ambiente tan propio de una discoteca, cambiaría al sonar
“El señor de la noche”. Hay quienes no agregan este detalle, mientras que otros
indican que fue este hecho lo que desencadenó todo lo que vendría después. Esto
tampoco es seguro, pero de lo que sí se podía estar seguro, es que era una
canción de reggaetón.
Al sonar el hit de Don Omar, las
puertas de la discoteca dieron ingreso a un hombre de rostro hermoso y cuerpo
atlético. Se dice que era el más alto del lugar, a tal punto, que todos dentro
de la pista de baile podían ver su rostro, ya que estaba por encima de todos.
El hombre llamaba la atención por su tan buena apariencia, que intimidaba a los
hombres y encantaba a las mujeres. Por eso, la chica que él escogió para
bailar, no dudo en decir sí. El baile empezó con una normalidad aparente, pero
en el transcurso de este, las piernas del desconocido empezaban a mutar en
patas de cabra o de gallo. Pero lo más aterrador vendría cuando sonó “soy mitad
hombre, mitad animal” (parte de la canción que sonaba), porque en ese momento
las luces se apagaron. Un fugaz silencio inundaba el lugar, el cual fue rápidamente cortado por un demencial grito femenino, que se escuchaba hasta el
último rincón de la discoteca. La luz se encendió, y el cuerpo de la mujer
yacía en el piso, inerte, con la boca exageradamente abierta mientras que sus
ojos mostraban un horror desesperante y depresivo. Todos corrieron, y hay
quienes aseguran que algunos se lanzaron por las ventanas, las cuales siguen
rotas hasta el día de hoy, y de eso sí doy fe de que es verdad.