–¿Tienes fuego? –dijo el hombre de lentes con el cigarro en
la boca, mientras que detenía, resignado, la búsqueda de un encendedor en sus
bolsillos.
–No, ¿tú no tienes? –fue
la respuesta del hombre robusto con ojos rasgados.
–Me olvidé traer.
–Idiota, ¿para qué traes los cigarros, entonces?
–No los traje, los compré.
–¿Por qué no compraste encendedor también?
–¡Lo hice!
–¿Y dónde está?
–Se me olvidó pedirle a la señora, ¡pero juro que pagué por
ambos!
–Idiota.
–Allá hay otra tienda, voy a comprar –dijo indicando a la
esquina de la calle siguiente–. Regresando buscamos a la tía de los cigarros y
le reclamo mi plata.
–No, ya fue, saliendo de la casa de Miki fumamos. Ya estamos
cerca.
–Rayos, pero por una pitada no creo que se moleste.
–Sí, ya sabes cómo es. Desde que se volvió cristiano es más
intolerante con eso, y ahora que murió su mamá ni me quiero imaginar.
–Rayos, tienes razón –dijo, mientras guardaba resignado el
cigarrillo de su boca–. No lo he visto desde el funeral. Lo último que recuerdo
es que se echaba la culpa de su muerte, como si él podría haber hecho algo
para detener la leucemia.
–Eso fue por culpa de su familia y los putos de su iglesia.
Cuando yo llegué al funeral escuché como su pastorcito le decía que si él
hubiera orado más esas semanas y estado presente en sus reuniones de amanecida,
su mamá no hubiera muerto. Luego escuché como lo mismo le decían los pendejos
de sus hermanos.
–Ah, sí, Miki me comentó eso. Decía que se sentía culpable
por no estar asistiendo a la iglesia tan seguido como antes, a pesar de que su
mamá estaba mal. Sus hermanos y hasta su propia madre le echaban en cara eso.
–Qué pendejos, de seguro querían amarrarlo a la iglesia como
sea. Para mí que Miki ya se había cansado de todo y quería escapar para tomar y
fumar con nosotros.
–No era eso, sino que estaba enojado. Los de su iglesia
son súper extremistas, pues, y no querían llevar a su mamá al hospital.
Convencieron a su familia para que solo le oren y les decían que la señora ya
se estaba mejorando. A Miki le jodía eso, él no sentía que su mamá esté
mejorando.
–Qué pendejos, ¿por qué la iglesia se opuso a que la lleven
al hospital?, ¿tanto así les controlan?
–No, el asunto es más complicado, ¿recuerdas que la familia
de Miki estaba súper metida en los proyectos que hacía su iglesia? Polladas,
anticuchos, bingo, rifa y todo eso.
–Sí, claro. Ese canalla solo me hablaba para venderme esas
cosas –dijo riendo.
–Sí, a mí igual, y si no le respondía sus mensajes, iba a mi
casa. En una ocasión se quedó tocando mi puerta casi una hora. Recuerdo
que llamé a la policía diciendo que era un acosador –empezó a reír.
–¡Qué pendejo! –dijo riendo–, ¿no se molestó por eso?
–No, luego le dije
que fue un vecino quien llamó a la poli, que le habían confundido con un ladrón. Bueno, el asunto es que Miki hacía todo eso porque su familia
estaba encargada de generar los ingresos económicos de la iglesia.
Supuestamente es un cargo que se le da a alguien por un año, pero la familia de
Miki lo hacía tan bien, que llevaron el cargo por tres años seguidos. Ellos se
encargaban de hacer todo, eran la mano de obra de los proyectos y organizaban
todo. Obvio que tenían ayuda de algunos más, pero ellos eran los responsables y
encargados de que todo se venda.
–Carajo, cuánto habrán ganado. Ellos paraban vendiendo todo.
Siempre subía sus fotos a internet diciendo “gracias Dios por otro buen día”,
con tanta plata hasta yo le daría gracias.
–Sí, pues, pero su familia no se llevaba nada. Todo iba para
la iglesia. Lo jodido es que el pastorcito en ocasiones sí se jalaba plata,
pero diciendo que era para su hija que estaba mal, o para su cuñada y así. La
familia de Miki normal le daba, porque era el pastorcito de la iglesia y todo
eso, además que como buenos cristianos no podían negar la ayuda al prójimo y
todas esas pendejadas bíblicas más.
–¿Y por qué carajos no hicieron eso con la mamá de Miki?
–Exacto, por eso Miki se enojó. Cuando su mamá se puso mal, la familia quiso usar el dinero de la iglesia para llevarla al hospital, pero el pastorcito no quiso porque estaban a punto de construir el tercer piso de la iglesia e iban a necesitar el dinero. Luego les metió la excusa de que Dios estaba probando la fe de la familia y todo eso, que supuestamente Dios había hablado con él en sueños y se lo había dicho. Su familia aceptó, pero estaban molestos igual, hasta que un día su mamá despertó diciendo que también había hablado con Dios en sueños y le había dicho lo mismo. Después de eso toda su familia aceptó la historia, menos Miki. Por eso dejó de ir a la iglesia por un tiempo con la excusa de que estaba en exámenes finales en la universidad. Iba de vez en cuando, cada vez que su mamá se ponía súper mal, pero evitaba hablar con el resto de personas dentro de la iglesia. No fue sino hasta que la señora se puso súper mal que el pastorcito hizo una pollada pro salud para ella, recién ahí la llevaron al hospital y descubrieron que tenía leucemia avanzada, pero ya era muy tarde.
–Carajo, pobre Miki.
– Sí. Después todos le empezaron a echar la culpa a Miki,
que supuestamente la prueba era para toda la familia y él en vez de estar cerca
de Dios en ese momento, se había alejado. No sé quién habrá empezado con esa
pendejada, pero para mí que fue el pastorcito.
–Al final ganó porque Miki terminó creyendo que todo fue su
culpa.
–Sí, pues, al final estaba súper destruido.
–Hasta se quería meter a la tumba en el entierro.
–Sí, a mí luego me dijo que la quería desenterrar, pero en
joda, cuando ya estaba más calmado, creo. Yo le dije “espera a la primavera, así
la recibes con flores en la casa”. Él solo sonrió.
–Espero que esté mejor ahora, ¿se escuchaba triste cuando te
llamó?
–No, estaba tranquilo. Me dijo que le habíamos olvidado y
todo eso, cuando fue él quien se alejó de nosotros. Luego me dijo que te avisara
para comer en su casa, pero estaba calmado y sonriente.
–Espero que esté solo y no con toda su familia y su iglesia.
–Sí, yo igual. Si veo a su pastorcito, prendo un cigarro y
se lo apago en la frente –ríe.
–Si lo haces yo mismo te compro el encendedor –dice riendo.
–Si me compras una cajetilla más, apago un cigarro en cada pierna de sus hermanos.
–¿Aquí era su casa? –pregunta indicando una casa.
–Sí, aquí. Toca.
–No, toca tú.
–¿Por qué yo? Toca tú, yo estoy nervioso.
–No seas pendejo, toca tú. A ti te llamó.
–Rayos. Bien, toco yo –tocó el timbre de la puerta.
Fueron tres veces los pequeños golpes que sonaron contra la
puerta. Segundos después la puerta se abrió. Del interior de la casa surgió una
figura delgada de ojos tristes y cejas cargadas. Miki soltó una sonrisa no muy
reservada al ver a sus invitados.
–¡Muchachos, cuánto tiempo sin verlos! –dijo Miki, con una notable
felicidad–. Pasen, pasen.
Los visitantes entraron a la casa y recorrieron los rincones
de este con su mirada. Miki estaba solo.
–Pasen –dijo Miki–. Por un momento pensé que no vendrían.
–Cómo no venir, si oportunidades para verte no son muchas
últimamente –dijo el hombre de lentes mientras ingresaba a la casa junto a su
acompañante. Adentro había una ausencia de luz exterior. La penumbra era
notable.
–Ya un buen tiempo sin vernos –contestó Miki con una
sonrisa.
–Pensé que tus hermanos estarían contigo –Comentó el
visitante robusto.
–No, ellos ya empezaron a hacer su vida –Miki se dirigió a
la cocina–. Se fueron de casa hace unos meses. Pónganse cómodos, les voy a
servir la comida.
–¡Gracias! –contestaron, mientras se sentaban en el único
sofá del lugar. Después de unos segundos de silencio, los lentes de uno de los
visitantes apuntaron a una esquina de la casa, donde había una pequeña cómoda
que cargaba con un reducido cuadro. En él se encontraba la foto de Miki y su
mamá. El hombre avisó sobre su hazaña a su acompañante sin palabra alguna. Las miradas
de ambos personajes descubrieron que el interior de la casa traía los decorados
y fotos de la difunta madre. Sus mentes no pudieron concebir el tamaño de la
desolación del dueño de casa, y ante tal duda sin resolver que empezaba a tener
un gran peso en el fondo de sus pechos, decidieron romper el silencio que se
había construido.
–¿Y cómo has estado? –dijo el hombre robusto, con la fuerza
suficiente como para que su voz entre a la cocina–. Estás más delgado que el
fumón de mi costado.
Miki hizo notar su risa.
–Los deberes te bajan de peso
–respondió.
–Parece ser muy buen ejercicio –intervino el hombre de lentes–.
Quizá el gordo de mi costado lo debería probar. Pero, hablando en serio, ¿qué
tal la has pasado estos meses? Sería bueno salir más seguido, como antes.
–Entren, ya está –dijo Miki, ignorando, aparentemente, la pregunta que se le había formulado.
Los dos hombres avanzaron hasta el interior de la cocina,
donde estaba el comedor. Al mismo tiempo, Miki caminaba por el pasadizo que
dirigía a un cuarto que estaba al fondo de la casa. Ambos visitantes
se quedaron sorprendidos al ver que en la mesa habían cuatro platos servidos. Desde la habitación donde se encontraba el anfitrión del almuerzo, empezó a salir ciertos ruidos bruscos y leves, que de pronto cesaron por unos segundos, para luego dar paso a otros sonidos provenientes del mismo lugar.
–Sobre lo de salir, déjame coordinar –dijo Miki, mientras
salía de la oscuridad del cuarto. Junto a sus pasos se oía una silla de ruedas
avanzar –Tengo muchos deberes, pero ya es primavera y me gustaría traer flores a mamá. Me los ha pedido con insistencia estos días.
Ambos corazones en la cocina empezaron a latir rápidamente.
No sabían cómo interpretar esas palabras. Sus piernas temblaban y el terror en
sus cuerpos inmóviles crecía con cada segundo y paso que escuchaban acercarse. El pánico llegó al límite de sus corduras cuando vieron a Miki ingresar a
la sala empujando el cadáver putrefacto de su madre en una silla de ruedas.
–¡Lazaro, sal fuera! Gritó Jesús, y el muerto salió, con
vendas en las manos y en los pies, y el rostro cubierto con un sudario –dijo
Miki, entre el silencio agónico de sus visitantes.